Muchos nos han confesado dramáticamente: “Se me acabó el
amor ...”, “Las cosas no
se dieron como yo pensaba ...”, “Ya no la (lo) quiero”
... Si somos honestos, debemos reconocer que esto le ocurre a la gran mayoría
de los matrimonios, tanto cristianos como no cristianos. Sin embargo, los
cristianos tenemos una ventaja: tras la muerte del amor romántico, carnal, que
se mueve al vaivén de los sentimientos y emociones, emerge el amor de Dios, que
ha sido derramado en nuestros corazones, y que ‘nunca de dejar de ser’.
El
amor nunca deja de ser
Dios
nos ama; nosotros somos sus hijos, y Él, como Padre, es el primer preocupado
por el estado de nuestro matrimonio. Él desea socorrernos. Proverbios 13:18
dice: “Pobreza y vergüenza tendrá el
que menosprecia el consejo; mas el que guarda la corrección recibirá honra.”
Muchos hijos de Dios pasan por pobrezas y vergüenzas tan sólo por no poner oído
atento al consejo del Señor.
Cuando
hablamos de matrimonio en la iglesia, estamos hablando de la unión de dos
personas que tienen a Cristo en su corazón, y que, por tanto, han pasado de
muerte a vida. Estos hombres y mujeres tienen al Señor Jesucristo como su Señor
y su vida. Entonces, se puede esperar de ellos que, a medida que el tiempo
transcurre, mayor habrá sido la siembra para el espíritu que para la carne.
Si
el abordar el tema matrimonial, no podemos apelar a la fe y a la experiencia
del creyente, entonces nos encontraríamos en el plano de la carne y de la
sangre, y deberíamos acudir a un profesional que nos asista con los recursos de
la ciencia humana; pero los que somos de Dios, apelamos a sus recursos, ya sea
al trono de la gracia (Heb.4:16) o a la vida eterna que llevamos dentro (1ª
Timoteo 6:12).
El amor de Dios vs. nuestro amor
“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene
envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no
busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas
se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo
soporta. El amor nunca dejar de ser...”
(1ª Cor.13:4-8).
Aquí
está descrito el amor ‘ágape’, el amor de Dios, el que nunca deja de ser.
¿Estará este amor muy lejos de nosotros? Romanos 5:5 dice: “El amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.” “Derramado”
implica abundancia. Este es un hecho divino en el corazón del creyente.
¿Qué se puede esperar de un esposo y una esposa, que son hijos de Dios,
redimidos por la sangre preciosa del Cordero, en quienes habita el Espíritu
Santo, el cual los conduce y los regula? Convengamos en que nuestro Dios no nos
ha dado sólo unos cuantos mandamientos para nuestra conducta, sino que
primeramente nos ha capacitado y vivificado por medio de su Santo Espíritu
(Gál.4:6; Rom.8:9-11).
Recordemos
por un momento aquel amor que se encendió en nosotros cuando nos encontramos
con la persona que creímos que llenaba todas nuestras expectativas. ¡Oh, qué
precioso es cuando llega el amor! Entonces nada nos importaba; no tuvimos ojos
para nada ni nadie más; nos llenamos de sueños ¡hallamos al hombre (o la mujer)
ideal! Vinieron cartas, citas, regalos, etc. ... ¡preciosa experiencia!
Ahora
bien, aquel amor juvenil, apasionado, ciego, ¿se compara (o se asemeja) con el
amor de 1ª Corintios 13? ¿Era sufrido, sin envidia, sin rencor, capaz de
sufrirlo y soportarlo todo? Evidentemente, no.
Muchos
nos han confesado dramáticamente: “Se me acabó el amor ...” “Las cosas no se
dieron como yo pensaba ...” “Ya no la (lo) quiero” ... Si somos honestos,
debemos reconocer que esto le ocurre a la gran mayoría de los matrimonios,
tanto cristianos como no cristianos. Por tanto, que los mundanos se divorcien
resulta comprensible. Difícilmente aceptarán el sufrimiento, rápidamente
pensarán en “rehacer sus vidas”. Ellos no tienen al Señor en sus corazones y no
tienen contemplado obedecer a Dios en ningún punto; para ellos la ceremonia
religiosa no fue más que un trámite, un evento social para el ‘glamour’ ... En
cambio, para un esposo o esposa creyente, no está contemplado el abandonar
jamás a la mujer de su juventud (Prov.5:18-19). Es una ingenuidad pensar en un
matrimonio sin sufrimientos y/o conflictos de distinta especie. El que se casa
debe estar prevenido y preparado para soportar y ser soportado en muchas (o
muchísimas) cosas.
Un
hombre en la carne (Rom.8:6-8; Gál.5:19-21) es absolutamente impotente para
soportarlo o sufrirlo todo; sólo buscará su autosatisfacción. Es hedonista en
esencia. Pero hablando entre hombres y mujeres que tienen viva y presente en
sus corazones la realidad del “amor que nunca deja de ser”, no temeremos, pues
cuando el inmaduro amor sentimental juvenil comienza a disminuir hasta morir,
se levantará poderoso y firme el “otro amor”, el de 1ª Corintios 13.
Entonces
vas a valorar y amar a tu mujer, porque el Señor mismo te dirá: “Marido, ama a tu mujer: El que ama a su
mujer a sí mismo se ama.” (Ef.5:25-28). No se puede pretender amar al
Señor y ser despreciativo con la esposa. No puedo (o no podemos) amar al Señor,
respetarlo, honrarlo, serle fiel, y no serlo con mi esposa (o con mi esposo).
¿Podemos ver que hay una gran solidez cuando llegamos a la persona y obra de
nuestro Señor Jesucristo?
Nosotros
con facilidad aplicamos el eterno amor de Dios a la salvación de los pecadores,
a nuestra afiliación eterna al ser librados del infierno, y al participar de su
gloria en el cielo. ¿Por qué no aplicarlo al matrimonio? ¿O acaso 1ª Corintios
13 no es aplicable a mi matrimonio?
Hermanos,
nosotros tenemos tal amor, como ya dijimos, derramado en nuestros corazones.
Nosotros proclamamos con gozo en medio de la asamblea de los santos: “La roca de mi corazón y mi porción es Dios
para siempre.” (Sal.73:26). Entonces, digamos también: “La roca de mi
matrimonio es Dios para siempre” ... Esto es verdad, porque ya no somos más
dos. Hemos venido a ser una sola carne, y lo que es verdad para uno, también lo
es para con quien soy uno. ¡Dios, el bendito Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo sostiene y sustenta nuestro matrimonio!
Hermanos,
contrario a cuanto personaje público piense, nosotros concebimos el matrimonio
para toda la vida. A medida que evolucione la presente sociedad donde nos ha
tocado vivir, creemos que el matrimonio quedará –finalmente– circunscrito a los
creyentes. Que el mundo haga o piense lo que quiera; los santos, nos
santificaremos todavía (Apoc.22:11).
Una aplicación para el matrimonio (Efesios 4:17-32)
Consideremos
ahora la palabra de Efesios 4:17-32 aplicada a la vida matrimonial: Ya no
tenemos el entendimiento entenebrecido, ya no se concibe la dureza en nuestro
corazón. Hemos sido alumbrados por el Señor para que ahora se refleje la vida
de Cristo en nosotros; es tiempo que se manifieste cuanto hemos aprendido en Él
y con Él.
¿En
verdad le hemos oído, y hemos sido por Él enseñados? (vers.4:21). Si no es así,
entonces no nos extrañemos por tantos fracasos. Nada podemos esperar del “viejo
hombre” (4:22), pero todo podemos esperarlo del “nuevo hombre” (4:24), que es
Cristo en nosotros (Col.1:27). Si esta palabra es aplicable a la iglesia en
general, ¿cuánto más lo será al matrimonio, donde verdaderamente somos miembros
el uno del otro? (4:25).
Hay
una “ira legítima”, un enojo repentino, a causa de cualquier situación de la
vida cotidiana, que no es pecado. El Señor nos pone límite: “No se ponga el
sol” para que estas “iras” no se acumulen hasta reventar en un conflicto mayor.
“Ni deis lugar al diablo”. Aquí se trata de abrir una puerta el
enemigo de todo lo que es de Dios. El Señor nos perdone por cuantas veces hemos
dado lugar al diablo. Por esto llegan aquellos enojos, rabias y enemistades;
las acusaciones mutuas se multiplican, se traen a la memoria muchas cosas que
la sangre del Señor ya pagó y sepultó. Esto es absolutamente ilegal e
ilegítimo. Satanás se siente de alguna manera autorizado: “Ustedes desobedecieron,
me dieron lugar”. Él no traerá ternura ni comprensión; viene a romper la paz, a
turbar, a llenarnos de amargura y dolor. En la iglesia velamos por no darle
espacio al enemigo. Los que ministran o presiden luchan porque no se les ceda
terreno alguno. Pero, hermanos, la vida de la iglesia no termina en la reunión
de los creyentes; no tenemos una vida matrimonial y otra eclesiástica. Llegamos
al hogar con nuestra esposa, que es también nuestra hermana en Cristo. Ya hay
dos reunidos en su Nombre: el Señor está aquí (Mateo 18:20). No demos,
entonces, lugar al que viene para destruir. Vamos a la perfección como iglesia,
pero también como matrimonio (Hebreos 6:1).
La
voluntad del Señor es que seamos sustentadores de nuestro hogar (4:28), y que
no sólo se suplan nuestras necesidades, sino que tengamos aun para bendecir a
otros. No nos conformemos hasta que esto se cumpla en nosotros, y que haya
recursos para los más necesitados y para apoyar la obra de Dios.
Nuestras
palabras pueden edificar o contaminar a quienes nos escuchan. No osaríamos
hablar palabras corrompidas en la iglesia. Tampoco tengo licencia para ser
descuidado en el hablar cuando llego a mi casa. En este sentido, no somos
libres; somos esclavos de Jesucristo para vivir siempre en Él y para Él.
(Col.3:17).
No contristéis al Espíritu Santo
Otra
palabra para meditar: “Y no con-tristéis al Espíritu Santo de Dios ...” (4:30).
¿Cómo está, cómo se siente esta bendita Persona entre nosotros, en mi vida
matrimonial? Se trata del Espíritu del Dios vivo, el que le dio vida a la
iglesia el día de Pentecostés, el que hizo maravillas con los primeros
apóstoles, el que fortalece con poder en el hombre interior, nuestro
Consolador, quien nos conduce a todas las riquezas de Cristo, para poseerlas y
disfrutarlas.
¡Qué
tremendo es esto, hermanos! Que siendo tan poderoso el Consolador nosotros le
contristemos y aun lo apaguemos con nuestras carnalidades! Dios no nos hizo
autómatas, Él espera que nos rindamos, que demos nuestra anuencia a su gobierno
y autoridad, y que, al mismo tiempo, juzguemos la bajeza, la vileza de nuestro
corazón (“Miserable de mí”,
Ro.7:24). Dios nos dio su Espíritu para honra, gloria, hermosura, poder y
victoria, pero nuestra vanidad y soberbia natural lo contrista. “Perdónanos,
Señor, por haberte contristado; por toda ofensa y desobediencia contra el
consejo de tu Santo Espíritu dentro de nosotros.”
¿Conoce
usted, hermano, la libertad del Espíritu dentro de Ud.? ¡Cómo nos inspira y
fortalece! ¿Conoce usted una reunión de iglesia llena de gloria, esas que
deseamos que no terminen. El Espíritu Santo gobierna todo ¡Qué glorioso!
Entonces, no lo contristemos más. Que pueda desplegar toda su gracia para
hacernos crecer y avanzar, así en el matrimonio habrá cada vez menos amarguras,
enojos, griterías, etc. Todos estos estorbos habrán sido violentamente quitados
(4:31) de los corazones que ahora están aprendiendo a vivir llenos del Espíritu
Santo.
Esta
sección de Efesios termina con una exhortación a la benignidad, a la
misericordia y al perdón (4:32). Aplicado al matrimonio, esto es un fuerte
golpe al ‘machismo’ y a la prepotencia de muchos maridos. Estas cosas le
parecerán a muchos cosa de ‘debiluchos’. Pero los creyentes, los que son de
Cristo, los que viven en el Señor, son capaces de humillarse y pedir perdón
cuantas veces sea necesario, cada vez que tengamos testimonio de haber herido o
defraudado a nuestra esposa o familia. Esta actitud les dará confianza, y serán
así testigos del trabajo del Señor en el corazón del que se humilla. Sólo el carnal,
el soberbio, no se humillará nunca...
¡Amados,
que nuestro matrimonio sea como una ofrenda de olor fragante! (Ef.5:1-2).
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