domingo, 25 de noviembre de 2018

LA SALVACIÓN


LA SALVACIÓN



Tanto el AT como el NT están centrados en la concepción de la «salvación», basada sobre el hecho de que el hombre, totalmente arruinado por la caída, y por ello mismo destinado a la muerte y a la perdición eternas, tiene necesidad de ser rescatado y salvado mediante la intervención de un Salvador divino. Así, el mensaje bíblico se distingue claramente de una mera moral religiosa que dé al hombre consejos de buena conducta o que preconice la mejora del hombre mediante sus propios esfuerzos. 

También se halla a una inmensa distancia de un frío deísmo, en el que la lejana divinidad se mantenga indiferente a la suerte de sus criaturas.   

En el Antiguo Testamento: En el AT el Señor se revela como el Dios Salvador. Éste es, entre una multitud de otros, Su más entrañable título en relación con nosotros, el más bello de ellos (2 S. 22:2-3). Él es el redentor, el único Salvador de Israel (Is. 25:9; 41:14; 43:3, 11; 49:26), y ello de toda la eternidad (Is. 63:8, 16).

 Ya en Egipto empezó a manifestarse en este carácter, al decir: «Yo soy JEHOVÁ... yo os libraré» (Éx. 6:6). Él liberó a Su pueblo del horno de aflicción, del ángel exterminador, del amenazador mar Rojo, y Moisés exclama, ante todo ello: «Bienaventurado tú, oh Israel. ¿Quién como tú, pueblo salvo por Jehová, escudo de tu socorro, y espada de tu triunfo?» (Dt. 33:29). No se trata de los miles de medios que emplea Dios, sino que es el mismo Dios, Su presencia, Su intervención victoriosa, lo que salva (1 S. 14:6; 17:47). 

David exclama: «Dios mío... el fuerte de mi salvación» (2 S. 22:3). ¿Quién es el que puede resistir, cuando Dios se levanta para salvar a todos los mansos de la tierra? (cfr. Sal. 76:8-10). Él salva a Sus hijos, frecuentemente rebeldes, a causa de Su nombre, para manifestar Su poder (Sal. 106:8). El profeta puede decir a Sion: «Jehová está en medio de fi, poderoso, él salvará» (Sof. 3:17), y el salmista no deja de ensalzar la salvación de Dios (Sal. 3:8; 18:46; 37:39; 40:17; 42:5; 62:7; 71:15; 98:2-3, etc.). 

Esta salvación comporta además todas las liberaciones, tanto terrenas como espirituales. El Señor salva de la angustia y de las asechanzas de los malvados (Sal. 37:39; 59:2); Él salva otorgando el perdón de los pecados, dando respuesta a la oración, impartiendo gozo y paz (Sal. 79:9; 51:12; 60:6; 18:27; 34:6, 18). Sin embargo, el Dios Salvador, en el Antiguo Pacto, no se manifiesta aún de una manera plena; se halla incluso escondido (Is. 45:15). El Señor responde a la humanidad sufriente que le pide romper los cielos y descender en su socorro: «Esforzáos... he aquí que vuestro Dios viene... Dios mismo vendrá, y os salvará» (Is. 35:4).   

En el Nuevo Testamento: Cristo es ya de entrada presentado como el Salvador, y no sólo como un Maestro, amigo o modelo de conducta. El ángel dice a José: «Llamarás su nombre Jesús (Jehová salva), porque Él salvará a su pueblo de sus pecados.» Zacarías bendijo al Señor por haber levantado «un poderoso Salvador» (Lc. 1:69). No hay salvación en nadie más (Hch. 4:12). Jesús es el autor de nuestra salvación (He. 2:10; 5:9). Dios envió a Su Hijo como salvador del mundo (1 Jn. 4:14), no para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él (Jn. 3:17; 12:47). 

El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido (Lc. 19:10); vino, no para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas (Lc. 9:56). La verdadera dicha es la alcanzada por aquellos que pueden exclamar: «Sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo» (Lc. 4:42). 

En el Nuevo Pacto, el término de la salvación se aplica casi exclusivamente a la redención y a la salvación eterna. La salvación viene de los judíos (Jn. 4:22). El Evangelio es la palabra de la salvación predicada en todo lugar (Hch. 13:26; 16:17; 28:28; Ef. 1:13); es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree (Ro. 1:16). La gracia de Dios es la fuente de la salvación (Tit. 2:11), que está en Jesucristo (2 Ti. 2:10). Dios nos llama a que recibamos la salvación (1 Ts. 5:9; 2 Ts. 2:13). Es confesando con la boca que llegamos a la salvación (Ro. 10:10); tenemos que ocuparnos en nuestra salvación con temor y temblor (Fil. 2:12). 

Somos guardados por el poder de Dios mediante la fe para alcanzar la salvación (1 P. 1:5, 9). Mientras tanto, esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo (Fil. 3:20), por cuanto se acerca el momento en que se revelará plenamente la salvación conseguida en el Calvario (Ro. 13:11; Ap. 12:10). No escapará el que menosprecie una salvación tan grande (He. 2:3). Al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos (Jud. 25).   

Bibliografía: 


Anderson, Sir R.: «El Evangelio y su ministerio» (Pub. Portavoz Evangélico, Grand Rapids, en prep.);
Blanchard, J.: «Aceptado por Dios» (El Estandarte de la Verdad, Edimburgo, 1974);
Chafer, L. S: «El camino de la salvación» (Pub. Portavoz Evangélico, Barcelona, 1972);
Chafer, L. S: «Grandes temas bíblicos» (Pub. Portavoz Evangélico, 1976);
Finney, C. G.: «El amor de Dios por un mundo pecador» (Clíe, Terrassa, 1984);
Ironside, H. A.: «Grandes palabras del Evangelio» (Ed. Moody, Chicago, S/f);
Lacueva, F.: «La Persona y la Obra de Jesucristo» (Ed. Clíe, Terrassa, 1979);
Lacueva, F.: «Doctrinas de la gracia» (Clíe, Terrassa, 1975);
Lacueva, F.: «El hombre: su grandeza y su miseria» (Clíe, Terrassa, 1976);
Moody, D. L.: «El camino hacia Dios» (Ed. Moody, Chicago, s/f);
Ryrie, C. C.: «La gracia de Dios» (Pub. Portavoz Evangélico, Barcelona, 1979);
Spurgeon, C. H.: «No hay otro Evangelio» (Estandarte de la Verdad, Barcelona, 1966);
Spurgeon, C. H.: «Ganadores de hombres» (Clíe, Terrassa, 1984);
Stott, J. W. R.: «Las controversias de Jesús» (Certeza, Buenos Aires, 1975);
Warfield, B. B.: «El plan de la salvación» (Confraternidad Calvinista Americana, México D. F., 1966);
Wolston, W. T. P.: «En pos de la luz» (Verdades Bíblicas, Apdo. 1469, Lima 100, Perú, 1982).

martes, 6 de noviembre de 2018

El amor nunca deja de ser





Muchos nos han confesado dramáticamente: “Se me acabó el amor ...”, “Las cosas no 
se dieron como yo pensaba ...”, “Ya no la (lo) quiero” ... Si somos honestos, debemos reconocer que esto le ocurre a la gran mayoría de los matrimonios, tanto cristianos como no cristianos. Sin embargo, los cristianos tenemos una ventaja: tras la muerte del amor romántico, carnal, que se mueve al vaivén de los sentimientos y emociones, emerge el amor de Dios, que ha sido derramado en nuestros corazones, y que ‘nunca de dejar de ser’.

El amor nunca deja de ser

Dios nos ama; nosotros somos sus hijos, y Él, como Padre, es el primer preocupado por el estado de nuestro matrimonio. Él desea socorrernos. Proverbios 13:18 dice: “Pobreza y vergüenza tendrá el que menosprecia el consejo; mas el que guarda la corrección recibirá honra.” Muchos hijos de Dios pasan por pobrezas y vergüenzas tan sólo por no poner oído atento al consejo del Señor.

Cuando hablamos de matrimonio en la iglesia, estamos hablando de la unión de dos personas que tienen a Cristo en su corazón, y que, por tanto, han pasado de muerte a vida. Estos hombres y mujeres tienen al Señor Jesucristo como su Señor y su vida. Entonces, se puede esperar de ellos que, a medida que el tiempo transcurre, mayor habrá sido la siembra para el espíritu que para la carne.

Si el abordar el tema matrimonial, no podemos apelar a la fe y a la experiencia del creyente, entonces nos encontraríamos en el plano de la carne y de la sangre, y deberíamos acudir a un profesional que nos asista con los recursos de la ciencia humana; pero los que somos de Dios, apelamos a sus recursos, ya sea al trono de la gracia (Heb.4:16) o a la vida eterna que llevamos dentro (1ª Timoteo 6:12).

El amor de Dios vs. nuestro amor

“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca dejar de ser...” (1ª Cor.13:4-8).

Aquí está descrito el amor ‘ágape’, el amor de Dios, el que nunca deja de ser. ¿Estará este amor muy lejos de nosotros? Romanos 5:5 dice: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.” “Derramado” implica abundancia. Este es un hecho divino en el corazón del creyente. ¿Qué se puede esperar de un esposo y una esposa, que son hijos de Dios, redimidos por la sangre preciosa del Cordero, en quienes habita el Espíritu Santo, el cual los conduce y los regula? Convengamos en que nuestro Dios no nos ha dado sólo unos cuantos mandamientos para nuestra conducta, sino que primeramente nos ha capacitado y vivificado por medio de su Santo Espíritu (Gál.4:6; Rom.8:9-11).

Recordemos por un momento aquel amor que se encendió en nosotros cuando nos encontramos con la persona que creímos que llenaba todas nuestras expectativas. ¡Oh, qué precioso es cuando llega el amor! Entonces nada nos importaba; no tuvimos ojos para nada ni nadie más; nos llenamos de sueños ¡hallamos al hombre (o la mujer) ideal! Vinieron cartas, citas, regalos, etc. ... ¡preciosa experiencia!

Ahora bien, aquel amor juvenil, apasionado, ciego, ¿se compara (o se asemeja) con el amor de 1ª Corintios 13? ¿Era sufrido, sin envidia, sin rencor, capaz de sufrirlo y soportarlo todo? Evidentemente, no.

Muchos nos han confesado dramáticamente: “Se me acabó el amor ...” “Las cosas no se dieron como yo pensaba ...” “Ya no la (lo) quiero” ... Si somos honestos, debemos reconocer que esto le ocurre a la gran mayoría de los matrimonios, tanto cristianos como no cristianos. Por tanto, que los mundanos se divorcien resulta comprensible. Difícilmente aceptarán el sufrimiento, rápidamente pensarán en “rehacer sus vidas”. Ellos no tienen al Señor en sus corazones y no tienen contemplado obedecer a Dios en ningún punto; para ellos la ceremonia religiosa no fue más que un trámite, un evento social para el ‘glamour’ ... En cambio, para un esposo o esposa creyente, no está contemplado el abandonar jamás a la mujer de su juventud (Prov.5:18-19). Es una ingenuidad pensar en un matrimonio sin sufrimientos y/o conflictos de distinta especie. El que se casa debe estar prevenido y preparado para soportar y ser soportado en muchas (o muchísimas) cosas.

Un hombre en la carne (Rom.8:6-8; Gál.5:19-21) es absolutamente impotente para soportarlo o sufrirlo todo; sólo buscará su autosatisfacción. Es hedonista en esencia. Pero hablando entre hombres y mujeres que tienen viva y presente en sus corazones la realidad del “amor que nunca deja de ser”, no temeremos, pues cuando el inmaduro amor sentimental juvenil comienza a disminuir hasta morir, se levantará poderoso y firme el “otro amor”, el de 1ª Corintios 13.

Entonces vas a valorar y amar a tu mujer, porque el Señor mismo te dirá: “Marido, ama a tu mujer: El que ama a su mujer a sí mismo se ama.” (Ef.5:25-28). No se puede pretender amar al Señor y ser despreciativo con la esposa. No puedo (o no podemos) amar al Señor, respetarlo, honrarlo, serle fiel, y no serlo con mi esposa (o con mi esposo). ¿Podemos ver que hay una gran solidez cuando llegamos a la persona y obra de nuestro Señor Jesucristo?

Nosotros con facilidad aplicamos el eterno amor de Dios a la salvación de los pecadores, a nuestra afiliación eterna al ser librados del infierno, y al participar de su gloria en el cielo. ¿Por qué no aplicarlo al matrimonio? ¿O acaso 1ª Corintios 13 no es aplicable a mi matrimonio?

Hermanos, nosotros tenemos tal amor, como ya dijimos, derramado en nuestros corazones. Nosotros proclamamos con gozo en medio de la asamblea de los santos: “La roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre.” (Sal.73:26). Entonces, digamos también: “La roca de mi matrimonio es Dios para siempre” ... Esto es verdad, porque ya no somos más dos. Hemos venido a ser una sola carne, y lo que es verdad para uno, también lo es para con quien soy uno. ¡Dios, el bendito Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo sostiene y sustenta nuestro matrimonio!

Hermanos, contrario a cuanto personaje público piense, nosotros concebimos el matrimonio para toda la vida. A medida que evolucione la presente sociedad donde nos ha tocado vivir, creemos que el matrimonio quedará –finalmente– circunscrito a los creyentes. Que el mundo haga o piense lo que quiera; los santos, nos santificaremos todavía (Apoc.22:11).
Una aplicación para el matrimonio (Efesios 4:17-32)

Consideremos ahora la palabra de Efesios 4:17-32 aplicada a la vida matrimonial: Ya no tenemos el entendimiento entenebrecido, ya no se concibe la dureza en nuestro corazón. Hemos sido alumbrados por el Señor para que ahora se refleje la vida de Cristo en nosotros; es tiempo que se manifieste cuanto hemos aprendido en Él y con Él.

¿En verdad le hemos oído, y hemos sido por Él enseñados? (vers.4:21). Si no es así, entonces no nos extrañemos por tantos fracasos. Nada podemos esperar del “viejo hombre” (4:22), pero todo podemos esperarlo del “nuevo hombre” (4:24), que es Cristo en nosotros (Col.1:27). Si esta palabra es aplicable a la iglesia en general, ¿cuánto más lo será al matrimonio, donde verdaderamente somos miembros el uno del otro? (4:25).
Hay una “ira legítima”, un enojo repentino, a causa de cualquier situación de la vida cotidiana, que no es pecado. El Señor nos pone límite: “No se ponga el sol” para que estas “iras” no se acumulen hasta reventar en un conflicto mayor.

“Ni deis lugar al diablo”. Aquí se trata de abrir una puerta el enemigo de todo lo que es de Dios. El Señor nos perdone por cuantas veces hemos dado lugar al diablo. Por esto llegan aquellos enojos, rabias y enemistades; las acusaciones mutuas se multiplican, se traen a la memoria muchas cosas que la sangre del Señor ya pagó y sepultó. Esto es absolutamente ilegal e ilegítimo. Satanás se siente de alguna manera autorizado: “Ustedes desobedecieron, me dieron lugar”. Él no traerá ternura ni comprensión; viene a romper la paz, a turbar, a llenarnos de amargura y dolor. En la iglesia velamos por no darle espacio al enemigo. Los que ministran o presiden luchan porque no se les ceda terreno alguno. Pero, hermanos, la vida de la iglesia no termina en la reunión de los creyentes; no tenemos una vida matrimonial y otra eclesiástica. Llegamos al hogar con nuestra esposa, que es también nuestra hermana en Cristo. Ya hay dos reunidos en su Nombre: el Señor está aquí (Mateo 18:20). No demos, entonces, lugar al que viene para destruir. Vamos a la perfección como iglesia, pero también como matrimonio (Hebreos 6:1).

La voluntad del Señor es que seamos sustentadores de nuestro hogar (4:28), y que no sólo se suplan nuestras necesidades, sino que tengamos aun para bendecir a otros. No nos conformemos hasta que esto se cumpla en nosotros, y que haya recursos para los más necesitados y para apoyar la obra de Dios.

Nuestras palabras pueden edificar o contaminar a quienes nos escuchan. No osaríamos hablar palabras corrompidas en la iglesia. Tampoco tengo licencia para ser descuidado en el hablar cuando llego a mi casa. En este sentido, no somos libres; somos esclavos de Jesucristo para vivir siempre en Él y para Él. (Col.3:17).

No contristéis al Espíritu Santo

Otra palabra para meditar: “Y no con-tristéis al Espíritu Santo de Dios ...” (4:30). ¿Cómo está, cómo se siente esta bendita Persona entre nosotros, en mi vida matrimonial? Se trata del Espíritu del Dios vivo, el que le dio vida a la iglesia el día de Pentecostés, el que hizo maravillas con los primeros apóstoles, el que fortalece con poder en el hombre interior, nuestro Consolador, quien nos conduce a todas las riquezas de Cristo, para poseerlas y disfrutarlas.

¡Qué tremendo es esto, hermanos! Que siendo tan poderoso el Consolador nosotros le contristemos y aun lo apaguemos con nuestras carnalidades! Dios no nos hizo autómatas, Él espera que nos rindamos, que demos nuestra anuencia a su gobierno y autoridad, y que, al mismo tiempo, juzguemos la bajeza, la vileza de nuestro corazón (“Miserable de mí”, Ro.7:24). Dios nos dio su Espíritu para honra, gloria, hermosura, poder y victoria, pero nuestra vanidad y soberbia natural lo contrista. “Perdónanos, Señor, por haberte contristado; por toda ofensa y desobediencia contra el consejo de tu Santo Espíritu dentro de nosotros.”

¿Conoce usted, hermano, la libertad del Espíritu dentro de Ud.? ¡Cómo nos inspira y fortalece! ¿Conoce usted una reunión de iglesia llena de gloria, esas que deseamos que no terminen. El Espíritu Santo gobierna todo ¡Qué glorioso! Entonces, no lo contristemos más. Que pueda desplegar toda su gracia para hacernos crecer y avanzar, así en el matrimonio habrá cada vez menos amarguras, enojos, griterías, etc. Todos estos estorbos habrán sido violentamente quitados (4:31) de los corazones que ahora están aprendiendo a vivir llenos del Espíritu Santo.

Esta sección de Efesios termina con una exhortación a la benignidad, a la misericordia y al perdón (4:32). Aplicado al matrimonio, esto es un fuerte golpe al ‘machismo’ y a la prepotencia de muchos maridos. Estas cosas le parecerán a muchos cosa de ‘debiluchos’. Pero los creyentes, los que son de Cristo, los que viven en el Señor, son capaces de humillarse y pedir perdón cuantas veces sea necesario, cada vez que tengamos testimonio de haber herido o defraudado a nuestra esposa o familia. Esta actitud les dará confianza, y serán así testigos del trabajo del Señor en el corazón del que se humilla. Sólo el carnal, el soberbio, no se humillará nunca...

¡Amados, que nuestro matrimonio sea como una ofrenda de olor fragante! (Ef.5:1-2).

Del tú y yo al nosotros


En el “Cantar de los Cantares” está representado el desarrollo de la unión y comunión entre los esposos, desde la perspectiva de Cristo y la Iglesia. Este desarrollo se evidencia aun en los pronombres usados en la comunicación diaria.




Del tú y yo al nosotros

Marcelo Díaz P.

Al interior de la familia, a nosotros los adultos, nos toca una doble responsabilidad que nos hace estar permanentemente en oración y dependiendo del Señor. Una tiene que ver con nuestra función como esposos. La otra con nuestra función como padres. En esta ocasión nos abocaremos a la primera. 

Ser esposo(a) no es una tarea fácil. Todo el entusiasmo inicial, vez tras vez, es probado y perfeccionado al ritmo del ajuste matrimonial. Los nuevos esposos cristianos progresivamente construyen el “nosotros”. Las acciones, el lenguaje, la manera de pensar y de sentir, van seriamente transformándose en el proceso de ser uno. Fijemos la atención en un matrimonio cristiano con varios años, y nos daremos cuenta que en la medida que pasa el tiempo, cada vez se van asemejando más el uno al otro, aún en los aspectos físicos. 

¡Qué hermoso misterio, esto de ser uno! El apóstol Pablo, hablando del matrimonio, dice: “Grande es este misterio”, en relación a Cristo y su iglesia, dejando en evidencia que el matrimonio es una expresión de la unidad eterna.(Ef.5:32).

Los pronombres en el “Cantar de los cantares” 

Existen muchos ejemplos en las Escrituras para hablar de la unión matrimonial, pero ninguno como el del “Cantar de los cantares”. Allí se nos revela el desarrollo de la unión y la comunión entre los esposos desde Cristo y la Iglesia. 

En los primeros capítulos del Cantar, llama la atención que los pronombres empleados son primera y segunda persona singular. (“tú”y “yo”). Los esposos se declaran su amor y sus virtudes pero siempre desde el “tú” y “yo”. 

Es a partir del capítulo siete que el pronombre utilizado es primera persona plural (“nosotros”). Casi al final del “Cantar” los esposos completan el “nosotros” uniéndose en un mismo sentir. Notemos los verbos empleados: “Salgamos” (7:11a), “moremos” (7:11b), “levantémonos” (7:12a), “veamos” (7:12b), “tenemos” (8:8), “edificaremos” (8:9a) y “guarneceremos” (8:9b). ¡Qué consideración más grande!, ¡qué dependencia!, ¡qué respeto!, ¡qué intimidad! La esposa se siente parte del marido, el marido se siente parte de la amada. Es una abierta invitación a incluirse y a fundirse en el otro.

El lenguaje pareciera jugar un papel importante en la unión matrimonial, que de alguna manera refleja la vida interior del corazón. Me pregunto: ¿Cuántos esposos (a), pese a los años , aún viven en el “tú” y “yo”?. ¡Cuidado, nuestro lenguaje nos delata! ¿Te suenan conocidas las siguientes oraciones?: “¡...Tu hijo(a) está pidiendo comida!”, “¡...Ésta es mi casa!”, “¡...Cuidado con mi auto!”, “¡Yo compro lo que quiero, para eso trabajo!”; “...Voy donde mi familia”; “¡...Tu familia es la culpable!”; “¡...En mi casa se hacía de esta manera!”
Cuando se integra el “nosotros” no se habla divorciadamente, los esposos(as) cristianos aprenden que detrás de cada acción está el respaldo y la responsabilidad de ambos.
Repasemos una vez más los verbos antes señalados: 

“Salgamos”

El primer verbo empleado es “salgamos”. (“Ven, oh amado mío, salgamos al campo”). Es decir, ir desde un punto a otro. Implícitamente está la idea de no anclarse en un lugar, en una posición, en una idea, en una obstinación, en un problema. ¿Cuántos matrimonios viven detenidos por años en un punto del cual no pueden salir? ¿Cuántos afectos comprometidos se alojan en tu relación y te impiden avanzar? ¿Cuántas raíces de amargura te detienen? 

Noten que el verbo no es “sal” (tú), pues eso te excluiría del otro. Es “salgamos”, por lo que está implícita la necesidad de esperarse, de incluirse en el problema que está afectando y de no avanzar sin el otro. Hermano(a) una parte tuya se queda atrás si tu “sales” sin tu esposa (o) 

Qué invitación más preciosa la de salir, no en vano la palabra iglesia (ek-klesia) significa “salir hacia fuera”. Salir del mundo, salir del sistema, salir de nosotros mismos para hallarlo a Él. Como nos dice la exhortación: “Salgamos, pues, a Él, fuera del campamento, llevando su vituperio...” (Hb. 13:13).

El segundo verbo es “moremos”. (“moremos en las aldeas”). “Rabí, ¿dónde moras?”... le preguntaron los discípulos al Señor. Jesús respondió: “Venid y ved” (Jn. 1:38). La Escritura dice que Jesús no tenía dónde recostar su cabeza.(Mt.8:20). El Hijo moraba permanentemente en la presencia del Padre. Su morada era en el Padre. El estaba en el Padre y el Padre estaba en Él.

De igual manera, los esposos viven juntos, crean un espacio físico, psíquico y espiritual, consagrado a y en Cristo. Morar implica asentarse, establecerse para compartir “juntos y en alegría”, como nos señala el salmo 133. 

“Moremos”, es una invitación práctica para vivenciar la vida del Hijo reflejada en el matrimonio. Por ejemplo, ¿te has preocupado en proveer de un ambiente físico adecuado y privado para estar junto a tu esposa?. En relación a esto, quisiera destacar la importancia que tiene para la relación el hecho de que los esposos vivan “solos”. Es frecuente que en un comienzo del matrimonio la tendencia, por motivos económicos y afectivos, sea vivir con los padres. Pero esto conlleva un riesgo que es mejor evitar. La dirección del nuevo hogar que se inicia tiende a confundirse , las relaciones comienzan a estropearse y en algunos casos los esposos continúan siendo “hijos”, delegando sus responsabilidades en sus padres o suegros. Por lo cual este “moremos” significará también, para los esposos, en lo posible, vivir solos.

“Levantémonos” 

El tercer verbo empleado es “levantémonos”. La Sulamita dice: “Levantémonos de mañana a las viñas...” (Ct. 7:12). Esta pluralidad en la acción podría indicarnos la actitud hacia el trabajo. La labor de sustentar el hogar le corresponde al marido. La Escritura está llena de pasajes que así nos lo enseñan. Ahora, fíjense en la hermosa acción de la esposa, cómo se incluye en el quehacer del marido. Cómo estimula. Qué aliciente más grande es para un varón la compañía de su esposa en la acción de su trabajo. “Lo tuyo es mío, tu esfuerzo es el mío, estamos juntos en esto”. Esta mutualidad en el esfuerzo les hace uno: en consecuencia, el producto de lo ganado será para beneficio de ambos y de todos.

Existen también casos en que las esposas, apoyando la responsabilidad del marido, colaboran directamente con un oficio o profesión. En tal situación la tentación de independizarse de la acción del marido puede llegar a ser nefasta y hasta fatal. ¡Cuidado! “Levantémonos” implica: hagámoslo juntos, para un mismo fin, con un mismo propósito, para un mismo fondo. 

No olvidemos que la tarea divina primordial para las esposas es la crianza de los hijos, sobre todo en los primeros años de vida. Por esta causa, “levantémonos” implicará también sobrevigilar juntos, en forma permanente y en conciencia delante del Señor, sobre todo si esta situación, de alguna forma, se está viendo afectada con perjuicios para la familia. En tal caso el matrimonio tendrá que tomar decisiones radicales por la salud psíquica y espiritual de los hijos.

“Veamos”

El cuarto verbo es “veamos”. Es decir, observemos, juzguemos, analicemos, advirtamos, distingamos. “Veamos si brotan las vides”... (Ct.7:12). Esta acción es estar atento al fruto de la relación o del trabajo, que conlleva a los esposos esperar el mismo producto. Es decir, que el propósito sea el mismo. Surge la necesidad de que ambos vean y esperen lo mismo. Para esto se requiere primero conocer qué es lo que Dios espera de ambos y luego fijar la atención en procurar dar el fruto esperado. ¿Hacia dónde vamos?, ¿qué esperamos de nuestra relación?, ¿qué espera Dios de nosotros?, ¿conoces el propósito de Dios para el matrimonio? Por lo general, cuando se encuentra el “para qué”, se encuentra también el “cómo”. 

Por otro lado, esta mutua participación en el “ver” (si brotan las vides...) implica “vigilar”. Los esposos deben cuidarse mutuamente, no celarse, sino cuidarse. Los horarios, las actividades y las relaciones con otros deben estar a la luz de ambos. No puede haber cosas ocultas en la relación, puesto que esto llamará, cada vez más, a la desconfianza, independencia y/o al celo.

“Tenemos”

El quinto verbo utilizado es “tenemos”. La idea principal aquí es que los esposos comparten una misma cosa, sea ésta un bien, una situación de éxito o de aflicción, como parece que es en el caso de la Sulamita (Cant. 8:8).

Es curioso ver cómo algunos matrimonios defienden con tanta fuerza las posesiones o pecunios individuales. Claro está –y es cierto– que en algunos matrimonios uno de los cónyuges aporta más a la relación. Sobre todo al comienzo, el matrimonio, en su necesidad, recibe todo cuanto pueden de sus respectivas casas de origen, pero lo importante es que lo reciben para integrarlo a lo que pasará a ser de ambos. Constituyéndose así, el “tenemos”.

A lo largo de la vida matrimonial se presentan muchas situaciones de aflicción, algunas más agudas que otras. Por lo que edificar “el tenemos”, ayudará al matrimonio a compartir las cargas. La Sulamita dice: “Tenemos una pequeña hermana que no tiene pechos” (Cant. 8:8). Esto es un problema que aflige al matrimonio. Literalmente, ¿puede haber una hermana de ambos si están debidamente casados? La respuesta es “No”, pero él y ella hacen suyo el problema de la pequeña hermana. Ahora, sabemos que el lenguaje poético permite este tipo de alegorías; no obstante, lo que quiero destacar, para este fin, es cómo se involucran ambos en la misma aflicción, cómo sobrellevan ambos las cargas. Cómo el problema de la hermana pasa a ser problema de ambos, y hermana de ambos. 

De esta manera, hermano, el problema de tu esposo (a) es tu problema, la aflicción de tu esposa (o) es tu aflicción, aún cuando desde tu masculinidad o feminidad sea irrelevante.

“Edificaremos”

El sexto verbo es “edificaremos”. La acción de edificar es conjunta . En el “Cantar”, ambos esposos dedican su esfuerzo en construir un palacio de plata sobre la hermana, si se dijera que es muro. (Cant.8:8,9) Esto nos muestra cómo se involucran los esposos en el servicio hacia los demás. El matrimonio proyecta en el Señor un servicio común sin poner impedimentos. Mas aún cuando la gracia concedida a uno, no sea la misma que la del otro. Ambos se coordinarán y ayudarán para la edificación mutua y la de otros. “Edificaremos” es cultivar un espíritu de sumisión los unos a los otros. Así cada uno en el lugar en que Dios le puso “recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.” (Ef.4:16).

Los hermanos necesitan la edificación de matrimonios que se entreguen ambos a esta labor. A veces se ven hermanos que son muy serviciales en la acción a la iglesia, pero también se les ve desligados de sus esposas, o viceversa. Qué bien nos hace saber que existen Aquilas y Priscilas dispuestos a edificar las vidas de otros por amor al Señor. 

No sólo se edifica con una palabra, sino también, y didácticamente, con el ejemplo. Este aspecto de la sumisión, especialmente de la esposa, significará un gran respaldo al servicio de aquellos que sirven en la palabra. 

“Guarneceremos”

Y el ultimo verbo es “guarneceremos”. (“La guarneceremos con tablas de cedro”). Ligado a lo anterior “guarnecer” significa dotar, equipar, armar, abastecer, aprovisionar.

En una obra de construcción, la primera etapa es edificar, luego está el afinar y el equipar. Por lo que “guarneceremos” lo entenderemos como esta segunda etapa de servicio, en la cual se requiere una percepción más afinada. Por ejemplo, muchas veces la percepción femenina es sabia, práctica y oportuna. ¿En cuántas oportunidades, una acotación, un detalle que captó tu esposa fue fundamental para sanar o suplir una necesidad? O bien, ¿cuántas veces la paciencia y templanza de tu esposo abrió nuevas posibilidades de solución? De esta manera el servicio se complementa absolutamente en el matrimonio y se potencia con más recursos cuando participan ambos.

Construyamos el “nosotros”

En consecuencia, la función de esposos, en el matrimonio, no es de poca importancia. De ella dependerá gran parte de nuestro función parental con nuestros hijos y el servicio a los demás. Construir el “nosotros” es una tarea enriquecedora pero no exenta de dificultades, por lo que se requiere de una operación directa de la gracia Divina. Nosotros los cristianos dependemos de esa gracia y es nuestro deber espiritual ofrecernos permanentemente al Señor para que ella sobreabunde. Amén.