jueves, 3 de mayo de 2018

ORACIÓN| La comunicación con Dios


ORACIÓN| La comunicación con Dios


La oración es la comunicación con Dios. Siendo el Creador del mundo, y reinando sobre él, no es un ser impersonal, sino un Dios dispuesto a escuchar a los hombres. Sus leyes no lo limitan; son la expresión de Su propia operación, generalmente uniforme, en providencia y preservación. 

Puede, sin embargo, actuar de una manera libre, conforme al consejo de Su voluntad, modificando Su forma de actuar, e influenciando los sentimientos, la voluntad y la inteligencia de los hombres. 

Las oraciones y las respuestas dadas por Dios a ellas se hallan incluidas en Su plan, desde el comienzo de la creación, que Él sostiene con Su constante presencia. La oración surge del corazón humano: en la angustia, clama a Dios, que demanda la oración de todos, pero que sólo admite las peticiones hechas de manera íntegra. 

La oración del impío es abominación ante Jehová (Pr. 15:29; 28:9). Sólo aquellos que no practican el pecado pueden allegarse a Dios por medio de la oración. La actitud de rebelión contra la autoridad divina debe ser depuesta; se debe implorar el perdón.
La oración, comunión del hijo de Dios con su Padre, incluye la adoración, la acción de gracias, la confesión, la petición (Neh. 1:4-11; Dn. 9:3-19; Fil. 4:6). Así es como el pueblo de Dios ha orado a través de las eras. La oración es, así, el derramamiento del corazón ante el Creador. Él responde mediante bendiciones (1 R. 9:3; Ez. 36:37; Mt. 7:7). 

Jehová escucha toda oración sincera; tiene compasión por todas Sus criaturas (Sal. 65:3; 147:9). Santiago, citando un ejemplo histórico, afirma: «La oración eficaz del justo puede mucho» (Stg. 5:16). Y Cristo declara a Sus discípulos: «Todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré» (Jn. 14:13). 

Convencido de que sólo Dios sabe cuáles podrán ser las consecuencias últimas, buenas o malas, de una respuesta a la oración, el creyente acepta ya de entrada la respuesta afirmativa o negativa del Señor. El apóstol Juan, dirigiéndose a los cristianos, formula así la doctrina de la oración: «Esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye» (1 Jn. 5:14). La respuesta será la que nosotros mismos desearíamos si pudiéramos tener el conocimiento que nos falta. En ciertos casos, la no concesión de nuestras peticiones es con frecuencia la mayor de las bendiciones. 

El que ora con una actitud recta se confía enteramente a la sabiduría de su Señor. La oración debe ser pronunciada en el nombre de Cristo, sin el que ningún pecador puede tener acceso ante el Señor. El creyente debe tener presente que se está allegando a un Dios tres veces santo, y que se debe basar no en mérito alguno de su parte, que no tiene valor alguno, sino en los méritos de Cristo: Él es quien nos ha purificado de nuestros pecados con Su sangre y ha hecho de nosotros reyes y sacerdotes.

La oración se dirige al Dios trino y uno: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Cada una de las tres Personas de la Trinidad es invocada en la bendición apostólica: «La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros» (2 Co. 13:14). La oración se dirige asimismo al Cristo resucitado, como lo hacían los primeros cristianos (1 Co. 1:2). Esteban, sufriendo el martirio, ora a Cristo; Pablo le suplica a Él y le da las gracias. 

Los rescatados proclaman Su gloria y soberanía (Hch. 7:59, 60; 2 Co. 12:8, 9; 1 Ts. 3:11; 1 Ti. 1:12; Ap. 1:5, 6). La oración es ofrecida a Dios por el Espíritu (Ef. 6:17). Sólo Él sabe lo que nos es preciso pedir, para permanecer dentro de la línea de la voluntad divina. La oración que Él forme en nosotros será ciertamente otorgada, siempre y cuando nada en nuestros pensamientos y conducta venga a obstaculizar nuestras oraciones (1 Ti. 2:8; 1 P. 3:7). Actitud durante la oración. Los israelitas, por lo general, oraban de pie (1 S. 1:26; Dn. 9:20; Mt. 6:5, etc.). Sin embargo, la postura de rodillas podía señalar una mayor devoción (2 Cr. 6:13; Esd. 9:5; Dn. 6:10; Lc. 22:41, etc.). 

En ambos casos, las manos eran extendidas hacia Dios (1 R. 8:22; Neh. 8:6; Lm. 2:19; 3:41), o hacia Su santuario (Sal. 28:2; 2 Cr. 6:29). Esta postura era sumamente fatigosa cuando se prolongaba; Moisés se sentó en una piedra, en tanto que Aarón y Hur sostenían sus brazos (Éx. 17:11-12). Como señal de humillación se oraba en ocasiones prosternándose con el rostro vuelto hacia el suelo (Neh. 8:6; 1 R. 18:42; 2 Cr. 20:18; Jos. 7:6). Daniel se dio a la oración y a la súplica en ayuno y vistiéndose de saco y ceniza (Dn. 9:3; cfr. Sal. 35:13). 

El hombre arrepentido se golpeaba el pecho acusándose ante Dios (Lc. 18:13). Al dejar de existir el Templo, la plegaria vino a tomar en el judaísmo el lugar de los sacrificios. El Talmud reglamenta de manera minuciosa los diversos tipos de oraciones, su orden y la actitud que demandaban. Los antiguos rabinos estimaban cosa esencial llevar filacterias durante la oración (véase FILACTERIAS). Los cristianos son llamados a una vida de dependencia de Dios en oración, mientras se enfrentan en este mundo contra el Enemigo y sus ardides en una tremenda lucha espiritual. El apóstol Pablo exhorta así: «Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos...» (Ef. 6:18).   

Bibliografía:
Bounds, E. M.: «La oración, frente de poder» (Ediciones Evangélicas Europeas, Barcelona, 1972).
Bounds, E. M.: «La oración y los hombres de oración» (Clíe Terrassa 1981).
Bunyan, J. y Goodwin, T.: «La oración» (The Banner of Truth Trust, Londres ,1967).
Evans, D.: «En diálogo con Dios» (Certeza, Buenos Aires, 1976), Nee, T. S.: «Oremos» (Vida, Miami 1980)

ÁNGEL| Se designan así los seres espirituales inteligentes.

ÁNGEL| Se designan así los seres espirituales inteligentes.
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Las palabras «malac» (heb.) y «angelos» (gr.) significan «mensajero». Se designan así los seres espirituales inteligentes un poco superiores al hombre (cp. Sal. 8:6; He. 2:7), que son mencionados constantemente en las Escrituras como mensajeros de Dios, tanto como portadores de buenas nuevas como ejecutores de los juicios de Dios. 
Poco es lo que sabemos de su naturaleza: «Ciertamente de los ángeles dice: El que hace a sus ángeles espíritus, y a sus ministros llama de fuego» (He. 1:7). Hay evidentes gradaciones de rango entre ellos, descritas como principados y potestades, de los que Cristo, como Hombre, es ahora la Cabeza (Col. 2:10). 
En dos ocasiones nos encontramos con «arcángel». La voz de un arcángel acompañará el arrebatamiento de la iglesia (1 Ts. 4:16). El arcángel Miguel luchó con Satanás sobre el cuerpo de Moisés (Jud. 9). Él con sus ángeles luchará contra el dragón y sus ángeles, arrojándolos fuera del cielo (Ap. 12:7, 8). 
Gabriel es el único otro nombre de un ángel que nos haya sido revelado en las Escrituras; se apareció a Daniel, a Zacarías y a María; dijo que estaba en la presencia de Dios (Dn. 8:16; 9:21; Lc. 1:19, 26). Aunque no somos conscientes de la presencia de los ángeles, sabemos que son espíritus ministradores enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación (He. 1:14; cp. Sal. 34:7). 
También sirvieron al Señor mientras Él anduvo aquí abajo (Mt. 4:11; Mr. 1:13; Lc. 22:43). Hay «miríadas» de estos ángeles (Mt. 26:53; He. 12:22; Ap. 5:11), y son descritos como «poderosos», «santos», «escogidos» (2 Ts. 1:7; Mr. 8:38; 1 Ti. 5:21); no se casan (Mr. 12:25). No se nos dice cuándo fueron creados, pero es indudable que son ellos los mencionados como los «hijos de Dios» que clamaban gozosos cuando Dios creaba la tierra (Jb. 38:4-7). 
La Ley fue dada por ministerio de los ángeles (Hch. 7:53; Gá. 3:19; Sal. 68:17); participaron en la proclamación del nacimiento del Salvador (Lc. 2:8-14); se hallaron presentes en la Resurrección (Mt. 28:2; Jn. 20:12). Los ángeles no son los depositarios de la revelación ni de los consejos de Dios. Anhelan mirar en las cosas de que da testimonio el Espíritu de Cristo en los profetas, y que han sido anunciadas por los apóstoles en el poder del mismo Espíritu (1 P. 1:12). 
El mundo venidero no será puesto en sujeción a ellos, sino bajo el hombre en la persona del Hijo del hombre (He. 2:5-8), y los santos juzgarán a los ángeles (1 Co. 6:3). Es por ello tan sólo una falsa humildad la que enseñaría a dar culto a los ángeles (Col. 2:18). Cuando Juan se postró para adorar al ángel en la isla de Patmos, abrumado por las cosas que le había sido revelada, fue refrenado en dos ocasiones de adorar a su «consiervo» (Ap. 19:10; 22:9). En Sal. 8:5 la palabra usada es «elohim», «Dios», dándosele este nombre a los ángeles como Sus representantes (cp. Sal. 82:6).

ÁNGELES CAÍDOS| No guardaron su propia dignidad

ÁNGELES CAÍDOS| No guardaron su propia dignidad
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(A) Leemos de ángeles que «no guardaron su propia dignidad», sino que dejaron su propia morada, y están guardados, bajo oscuridad, en cadenas eternas para el juicio del gran día (Jud. 6). Dios no perdonó a los ángeles que pecaron (2 P. 2:4). No pueden beneficiarse de la obra redentora de Cristo (He. 2:16). 
Parece haber para ello dos razones: aquellos ángeles que han pecado lo han hecho a la plena luz de Dios, y son totalmente responsables de una apostasía voluntaria y arrogante, no habiendo nacido como nosotros en pecado dentro de la solidaridad de la raza humana; también es dentro de la solidaridad de la raza humana que entró Cristo, en gracia y perfección, por lo que el beneficio de su redención se extiende a esta raza humana solidaria, y no fuera de ella, y también a aquello que está bajo el hombre, la misma creación, que será restaurada (Ro. 8:21). 
La naturaleza de su pecado puede estar tratada en Génesis (Gn. 6:2), de lo que quedaría también memoria en las mitologías de los griegos y otros pueblos, con las uniones entre dioses y mujeres, de los que nacieron semidioses, «varones de renombre». Su castigo y el de Sodoma y Gomorra se ponen como ejemplo contra la indulgencia a la carne y al menosprecio contra la autoridad (2 P. 2:10; Jud. 6-8). 
(B) Además de los anteriores que están guardados encadenados, leemos de ángeles relacionados con Satanás. El gran Dragón y sus ángeles serán sometidos por Miguel y sus ángeles y arrojados del cielo (Ap. 12:9). El lago de fuego, o Gehena, ha sido especialmente preparado para el diablo y sus ángeles. Desdichadamente, muchos hombres serán también arrojados allí (Mt. 25:41). 
Abadón o Apolión es el nombre de «el ángel del abismo» (Ap. 9:11). Ciertos pasajes de las Escrituras (Is. 14:12-16; Ez. 28:14-19) pueden arrojar algo de luz sobre la caída de Satanás, pero no se revela si la caída de aquellos que reciben la denominación de «sus ángeles» fue debida a la misma causa y si fue al mismo tiempo o no. La Escritura muestra con toda claridad que todos ellos serán vencidos y eternamente castigados.

ÁNGEL| El término ángel se usa metafóricamente de un representante místico.

ÁNGEL| El término ángel se usa metafóricamente de un representante místico.
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El término ángel se usa metafóricamente de un representante místico. Cuando Pedro fue liberado de la cárcel y llamó a la puerta, los que habían estado orando por su liberación dijeron: «Será un ángel» (Hch. 12:15). Suponían que Pedro seguía estando en la cárcel, y que el que se hallaba a la puerta era su representante, su espíritu personificado, quizá con ideas muy vagas de lo que realmente querían decir. 
En el libro de Apocalipsis (Ap. 2, 3) las cartas a las siete iglesias se dirigen a los ángeles de cada una de ellas. Significa el espíritu y carácter de la iglesia personificados en su representante místico, difiriendo cada uno de ellos de los demás, en base al estado de la iglesia representada. Los mensajes, aunque dirigidos a las iglesias literales entonces existentes, exponen también el estado de la iglesia en sus varias fases desde los tiempos apostólicos hasta su rechazamiento como testigo de Cristo al final de la era de la Iglesia.

ANGEL DE JEHOVÁ| Todo ángel que Dios envía a ejecutar sus órdenes.

ANGEL DE JEHOVÁ| Todo ángel que Dios envía a ejecutar sus órdenes.
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Todo ángel que Dios envía a ejecutar sus órdenes pudiera ser llamado el ángel del Señor (2 S. 24:16; 1 R. 19:5, 7). Pero el misterioso ser llamado «el Ángel de Jehová» es de un orden totalmente distinto. Es a la vez distinto y uno con Dios, siendo semejante a Él. 
Habla como siendo el mismo Dios y su persona parece confundirse con la de Dios (Gn. 16:7, 10; 18:10, 1314, 33; 22:11-12, 15-16; 31:11, 13; Éx. 3:2, 4; Jos. 5:13-15; 6:2; Jue. 6:12-22; 13:13-22; Zac. 1:10-13; 3:1-2). 
El ángel de Jehová revela la faz de Dios (Gn. 32:30); el nombre de Jehová está en él (Éx. 23:21), y su presencia equivale a la presencia divina (Éx. 32:34; 33:14; Is. 63:9). Su nombre es «admirable» (Jue. 13:18), que se vuelve a encontrar en la profecía de Is. 9:6 aplicada al Mesías: «Y se llamará su nombre: Admirable» (el mismo término también en hebreo). 
De todo ello se puede llegar a la conclusión de que el Ángel de Jehová es una verdadera «teofanía» (véase), o aparición de Dios. Jehová mismo es invisible, y nadie lo ha podido ver jamás (Éx. 33:20; Jn. 1:18; 1 Ti. 6:16). Es el Hijo Unigénito quien lo ha manifestado, y ello no solamente por Su encarnación en el NT, sino ya en el AT por Sus apariciones como el Ángel de Jehová. Así se armonizan los textos en base a los cuales por una parte nadie puede ver ni ha visto jamás a Dios, y por otra parte aquellos textos en base a los cuales creyentes del AT tuvieron un encuentro real con Dios (Gn. 32:30; Éx. 24:9; cp. Hch. 7:38; fue el Ángel que se apareció a Moisés, etc.). 
Citemos también al profeta Zacarías (Zac. 3:1-5), donde el Ángel de Jehová interviene como lo hace Cristo, nuestro Abogado, para defender a Josué, que estaba siendo acusado por Satanás ante Dios (cp. Ap. 12:10; 1 Jn. 2:1-2). Es indudablemente también el «ángel fuerte» de Apocalipsis (Ap. 10:1-3).

ARCO IRIS| Fue dado a Noé por parte de Dios como pacto

ARCO IRIS| Fue dado a Noé por parte de Dios como pacto
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Ver, DILUVIO «El arco puesto en las nubes» fue dado a Noé por parte de Dios como pacto de que no volvería a destruir todo el mundo con un diluvio (Gn. 9:13-16). Las condiciones que son causa del arco iris, la refracción de la luz en gotas de lluvia, no existían antes del diluvio, puesto que el estado de la atmósfera era distinto del que tenemos después del diluvio. (Véase DILUVIO). El arco mencionado en Apocalipsis (Ap. 4:3; 10:1) es un símbolo de que, a pesar de todo el pecado del hombre, Dios ha sido fiel a su promesa respecto a la tierra. El hermoso arco iris debiera siempre traernos a la memoria Su permanente fidelidad. 
Bibliografía:
Morris, H. M., y John C. Whitcomb: «El Diluvio del Génesis» (Clíe, Terrassa, 1982).